Hace 15 años, cuando estaba recién casada, tenía un buen trabajo y al “parecer” mi vida marchaba bien, recibí una noticia que ojalá nadie tuviera que recibir: “Tienes cáncer“.

En ese momento todo se oscureció y pensé que mi tiempo en esta vida se había terminado. Nadie nos prepara para un momento así, la incertidumbre, la falta de información y el pánico asboluto de solo pronunciar la palabra cáncer (sinónimo de muerte), nos hace perder tiempo valioso y dar muchas vueltas hasta poder encontrar la orientación necesaria y el camino a seguir.

Con el paso de los días tuve la suerte de conocer personas que habían salido fortalecidas de la experiencia de su enfermedad y eso hizo que recuperara la esperanza de vivir.

Inicié un proceso largo en el que todo mi tiempo y atención estuvieron enfocados en mí. Descubrí que todo lo que pensamos, creemos, decimos, hacemos o reprimimos influye directamente en nuestro sistema inmunológico. Por supuesto tuve que revisar mis pasos para descubrir lo que me condujo al camino de la enfermedad, porque aunque todo desde afuera parecía normal, yo no estaba viviendo mi vida y no era feliz. Y estas condiciones siempre están presentes a la hora de enfrentarse a un proceso de una enfermedad. Tuve que emprender una aventura para conocerme, valorarme y descubrir realmente cuáles eran mis sueños.

Desde que atravesé este proceso en busca de recuperar mi salud, no solo le gané el partido al cáncer, sino que descubrí las pistas del juego de la vida y tomé responsabilidad por mi vida. Y cada experiencia, cada aprendizaje y cada herramienta que apliqué primero en mí y fui puliendo y mejorando con el paso de los años, es parte de lo que hoy le da total sentido a mi vida al poder compartirlo con otras personas.